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La música es un trabajo precario

Muchos problemas ya existentes en el sector se vieron magnificados en el confinamiento, lo que llevó al sector a replantearse temas como la desregulación, la diversidad y la precariedad a la que se enfrentan muchas personas en la industria musical.

La campaña #SomosMúsica, lanzada el 8 de abril, pretendía recordar la diversidad del sector musical y dar visibilidad a todos esos profesionales que hacen posibles los conciertos: estudios de grabación, técnicos de luces, sonido y vídeo, agencias de management, booking y comunicación, productores y un largo etcétera.

Campaña #SomosMúsica

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La última campaña del confinamiento, y la más polémica, fue el apagón cultural convocado tras las declaraciones del ministro de Cultura y Deporte. Se propuso una huelga cultural durante 48 horas que dividió al sector. Los argumentos en contra se centraban en que no era momento de hacer una huelga y en que no cambiaría nada si las grandes plataformas no se sumaban al apagón. El primer día del apagón, el 10 de abril, desde el Gobierno anunciaron que se reunirían con representantes del sector para trabajar en medidas para la protección del mismo.

Sin embargo, no todos pudieron acogerse a esas medidas. El sector musical está formado por muchas personas, pero gran parte está fuera de la regulación del sector. Muy pocos artistas emergentes están dados de alta como autónomos y los pagos, cuando los hay, suelen ser en B. Daniel Claudín destacaba la dificultad de pedir ayudas en estas circunstancias: «¿cómo pides esa ayuda? ¿Cómo demuestras que eres músico? ¿Dices que has cobrado en B durante tres años?».

El parón y la incertidumbre llevaron al sector a reflexionar y a hablar de las condiciones a las que se enfrentan quienes se dedican a la música y a la cultura. La desregulación del sector o la falta de reconocimiento del trabajo son dos de los principales obstáculos pendientes de superar, así como la falta de unión y trabajo sindical. Esa falta de unión y de reivindicación no ayudan a que la cultura tenga los recursos para afrontar situaciones como la que vivimos. Laura Casielles destaca la tendencia de los artistas a esperar un trato especial en lugar de sindicarse y considerarse trabajadores: «parece que vivimos en un mundo aparte, y ahora parece que se viene a pedir lo que no se ha pedido antes».

Los problemas del sector musical y cultural

Es difícil considerar la música un trabajo si siempre se la trata como un hobby. Marcos Gallo cree que el problema viene de la costumbre de consumir cultura de forma gratuita y se lamenta de que en muchos casos a la música solo se le reconozca su valor económico cuando se alcanza un cierto nivel de fama. «Valoramos los grandes grupos reconocidos, pero no valoramos los emergentes. Me parece muy interesante analizar cómo afecta el supuestamente ser alguien o tener un prestigio a que la gente esté dispuesta a pagar por lo que haces», comenta. 

 

Diana Erenas, a su vez, cuenta que para «ser alguien» antes hay que pasar por la fase de la precariedad, en la que se encuentra una larga lista de artistas. Mientras llega ese momento de poder llamar trabajo a lo que hacen, tocan gratis o cobrando mal y tarde. «La prueba de sonido, montar, tocar, después desmontar, el hotel, la furgo... Es horrible. Que casi siempre está mal pagado y es muy raro que te den de alta».

Remedios Zafra, en su libro El entusiasmo, habla de todas esas personas que se dedican a la cultura en condiciones precarias que aceptan porque son la única forma de crear y ser parte de ese mundo. Esta gente a veces llega a combinar varios empleos a tiempo parcial para poder dedicar los ratos libres a la creación. Y esta no se ve como trabajo porque se asocia la creación cultural a un esquema distinto al de otras actividades laborales, sin considerar trabajadores a todas las personas implicadas.

 

Diana escucha siempre comentarios sobre la suerte que tiene de poder dedicarse a lo que le gusta, a lo que responde «sí, pero yo vivo al día, no tengo ahorros. A mí no me pagan las vacaciones, he cotizado poquísimo, el mes que viene no sé cuánto curro voy a tener... Y así».

En la escena emergente, la base de la pirámide, raramente se habla de dinero. Por una parte, porque no se cuenta con muchos recursos y, por otro lado, porque se considera la ayuda para subir en la pirámide como una remuneración: la visibilidad como pago, el habitual «pago con ojos». Durante el confinamiento, cuando esta era la única compensación posible, el problema se hizo más evidente que nunca: el directo de Instagram que hacía un artista era su forma de contribuir a que la crisis fuese más llevadera para todos, pero también era un trabajo por el que no iba a cobrar. Y es un trabajo por el que, en condiciones normales, muchas veces tampoco cobraría, pero que haría igualmente por la necesidad de seguir actuando, de seguir ahí.

Laura reflexiona sobre los motivos que llevaron a ofrecer cultura gratis durante el confinamiento: «una razón sería por regalar mi arte, otra sería por hacer el bolo si me lo pagan, pero tenemos una intermedia, que es porque no puedo parar. Porque la competencia es constante y es por la visibilidad y es por los seguidores y por los retuits. Y lo que importa es estar presente, ir alimentando constantemente la máquina con nuevo contenido». 

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